《總統(tǒng)先生》西班牙語(yǔ)(西班牙留學(xué)網(wǎng)xibanya.liuxue86.com)
XXXII
El Señor Presidente
Cara de Ángel, llamado con gran prisa de la casa presidencial, indagó el estado de Camila, elasticidad de la mirada ansiosa, humanización del vidrio en los ojos, y como reptil cobarde enroscóse en la duda de si iba o no iba; el Señor Presidente o Camila, Camila o el Señor Presidente...
Aún sentía en la espalda los empujoncitos de la fondera y d tejido de su voz suplicante. Era la ocasión de pedir por Vásquez. «Vaya, yo me quedo aquí cuidando a la enferma»... En la calle respiró profundamente. Iba en un carruaje que rodaba hacia la casa presidencial. Estrépito de los cascos de los caballos en los adoquines, fluir líquido de las ruedas. El Candado Rojo... La Col-mena... El Vol-cán... Deletreaba con cuidado los nombres de los almacenes; se leían mejor de noche, mejor que de día. El Gua-da-le-te... El Ferro-carril... La Ga-llina con Po-llos... A veces tropezaban sus ojos con nombres de chinos: Lon Ley Lon y Cía... Quan See Chan... Fu Quan Yen... Chon Chan Lon... Sey Yon Sey... Seguía pensando en el general Canales. Lo llamaban para informarle... ¡No podía ser!... ¿Por qué no podía ser?... Lo capturaron y lo mataron, o... no lo mataron y lo traen amarrado... Una polvareda se alzó de repente. El viento jugaba al toro con el carruaje. ¡Todo podía ser! El vehículo rodó más ligero al salir al campo, como un cuerpo que pasa del estado sólido al estado líquido. Cara de Ángel se apretó las manos en las choquezuelas y suspiró. El ruido del coche se perdía, entre los mil ruidos de la noche que avanzaba lenta, pausada, numismática. Creyó oír el vuelo de un pájaro. Salvaron una mordida de casas. Ladraban perros semidifuntos...
El Subsecretario de la Guerra le esperaba en la puerta de su despacho y, sin anunciarlo, al tiempo de darle la mano y dejar en la orilla de un pilar el habano que fumaba, lo condujo a las habitaciones del Señor Presidente.
—General —Cara de Ángel tomó de un brazo al Subsecretario—, ¿no sabe para qué me querrá el patrón...?
—No, don Miguelito, lo ignórolo.
Ahora ya sabía de qué se trataba. Una carcajada rudimentaria, repetida dos y tres veces, confirmó lo que la respuesta evasiva del Subsecretario le había dejado suponer. Al asomar a la puerta vio un bosque de botellas en una mesa redonda y un plato de fiambre, guacamole y chile pimiento. Completaban el cuadro las sillas, desarregladas unas y otras por el suelo. Las ventajas de cristales blancos, opacos, coronadas de crestas rojas, jugaban a picotearse con la luz que les llegaba de los focos encendidos en los jardines. Oficiales y soldados velaban en pie de guerra, un oficial por puerta y un soldado por árbol. Del fondo de la habitación avanzó el Señor Presidente, con la tierra que le andaba bajo los pies y la casa sobre el sombrero.
—Señor Presidente —saludó el favorito, e iba a ponerse a sus órdenes, cuando éste le interrumpió.
—¡«Ni mi mier... va»!
—¡De la diosa habla el Señor Presidente!
Su Excelencia se acercó a la mesa a paso de saltacharquitos y, sin tomar en cuenta el cálido elogio que el favorito hacía de Minerva, le gritó:
—Miguel, el que encontró el alcohol, ¿tú sabes que lo que buscaba era el licor de larga vida...?
—No, Señor Presidente, no lo sabía —apresuróse a responder el favorito.
—Es extraño, porque está en Swit Marden...
—Extraño, ya lo creo, para un hombre de la vasta ilustración del Señor Presidente, que con sobrada razón se le tiene en el mundo por uno de los primeros estadistas de los tiempos modernos; pero no para mí.
Su Excelencia puso los ojos bajo los párpados, para ahogar la visión invertida de las cosas que el alcohol le producía en aquel momento.
—¡Chis, yo sé mucho!
Y esto diciendo dejó caer la mano en la selva negra de sus botellas de «whisky» y sirvió un vaso a Cara de Ángel.
—Bebe, Miguel... —un ahogo le atajó las palabras, algo trabado en la garganta; golpeóse el pecho con el puño para que le pasara, contraídos los músculos del cuello flaco, gordas las venas de la frente, y con ayuda del favorito, que le hizo tomar unos tragos de sifón, recobró el habla a pequeños eructos.
—¡Já! ¡já! ¡já! ¡já! —rompió a reír señalando a Cara de Ángel—. ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já! En artículo de muerte... —Y carcajada sobre carcajada—. ...En artículo de muerte. ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já!...
El favorito palideció. En la mano le temblaba el vaso de «whisky» que le acababa de brindar.
—El Se...
—ÑORRR Presidente todo lo sabe —interrumpió Su Excelencia—. ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já!... En artículo de muerte y por consejo de un débil mental como todos los espiritistas... ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já!
Cara de Ángel se puso el vaso como freno para no gritar y beberse el «whisky»; acababa de ver rojo, acababa de estar a punto de lanzarse sobre el amo y apagarle en la boca la carcajada miserable, fuego de sangre aguardentosa. Un ferrocarril que le hubiera pasado encima le habría hecho menos daño. Se tuvo asco. Seguía siendo el perro educado, intelectual, contento de su ración de mugre, del instinto que le conservaba la vida. Sonrió para disimular su encono; con la muerte en los ojos de terciopelo, como el envenenado al que le va creciendo la cara.
Su Excelencia perseguía una mosca.
—Miguel, ¿tú conoces el juego de la mosca...?
—No, Señor Presidente...
—¡Ah, es verdad que túuuUUU..., en artículo de muerte...! ¡Já! ¡já! ¡já! ¡já!... ¡Ji! ¡ji! ¡ji! ¡ji!... ¡Jó! ¡jó! ¡jó! ¡jó!... ¡Jú! ¡jú! ¡jú! ¡jú!...
Y carcajeándose continuó persiguiendo la mosca que iba y venía de un punto a otro, la falda de la camisa al aire, la bragueta abierta, los zapatos sin abrochar, la boca untada de babas y los ojos de excrecencias color de yema de huevo.
—Miguel —se detuvo a decir sofocado, sin lograr darle caza—, el juego de la mosca es de lo más divertido y fácil de aprender; lo que se necesita es paciencia. En mi pueblo yo me entretenía de chico jugando reales a la mosca.
Al hablar de su pueblo natal frunció el entrecejo, la frente calmada de sombras; volvióse al mapa de la República, que en ese momento tenía a la espalda, y descargó un puñetazo sobre el nombre de su pueblo.
Un columbrón a las calles que transitó de niño, pobre, injustamente pobre, que transitó de joven, obligado a ganarse el sustento en tanto los chicos de buena familia se pasaban la vida de francachela en francachela. Se vio empequeñecido en el hoyo de sus coterráneos, aislado de todos y bajo el velón que le permitía instruirse en las noches, mientras su madre dormía en un catre de tijera y el viento con olor de carnero y cuernos de chiflón topeteaba las calles desiertas. Y se vio más tarde en su oficina de abogado de tercera clase, entre marraneas, jugadores, cholojeras, cuatreros, visto de menos por sus colegas que seguían pleitos de campanillas.
Una tras otra vació muchas copas. En la cara de jade le brillaban los ojos entumecidos y en las manos pequeñas las uñas ribeteadas de medias lunas negras.
—¡Ingratos!
El favorito lo sostuvo del brazo. Por la sala en desorden paseó la mirada llena de cadáveres y repitió:
—¡Ingratos! —añadió, después, a media voz—. Quise y querré siempre a Parrales Sonriente, y lo iba a hacer general, porque potreó a mis paisanos, porque los puso en cintura, se repaseó en ellos, y de no ser mi madre acaba con todos para vengarme de lo mucho que tengo que sentirles y que sólo yo sé... ¡Ingratos!... Y no me pasa —porque no me pasa— que lo hayan asesinado, cuando por todos lados se atenta contra mi vida, me dejan los amigos, se multiplican los enemigos y... ¡No!, ¡no!, de ese Portal no quedará una piedra...
Las palabras tonteaban en sus labios como vehículos en piso resbaloso. Se recostó en el hombro del favorito con la mano apretada en el estómago, las sienes tumultuosas, los ojos sucios, el aliento frío, y no tardó en soltar un chorro de caldo anaranjado. El Subsecretario vino corriendo con una palangana que en el fondo tenía esmaltado el escudo de la República, y entre ambos, concluida la ducha que el favorito recibió casi por entero, le llevaron arrastrando a una cama. Lloraba y repetía:
—¡Ingratos!... ¡Ingratos!...
—Lo felicito, don Miguelito, lo felicito —murmuró el Subsecretario cuando ya salían—; el Señor Presidente ordenó que se publicara en los periódicos la noticia de su casamiento y él encabeza la lista de padrinos.
Asomaron al corredor. El Subsecretario alzó la voz.
—Y eso que al principio no estaba muy contento con usted. Un amigo de Parrales Sonriente no debía haber hecho —me dijo— lo que este Miguel ha hecho; en todo caso debió consultarme antes de casarse con la hija de uno de mis enemigos. Le están haciendo la cama, don Miguelito, le están haciendo la cama. Por supuesto; yo traté de hacerle ver que el amor es fregado, lamido, belitre y embustero.
—Muchas gracias, general.
—¡Vean, pues, al cimarrón! —continuó el Subsecretario en tono jovial y, entre risa y risa, empujándolo a su despacho con afectuosas palmaditas, remató—. ¡Venga, venga a estudiar el periódico! El retrato de la señora se lo pedimos a su tío Juan. ¡Muy bien, amigo, muy bien!
El favorito enterró las uñas en el papelote. Además del Supremo Padrino figuraban el ingeniero don Juan Canales y su hermano don José Antonio.
«Boda en el gran mundo. Ayer por la noche contrajeron matrimonio la bella señorita Camila Canales y el señor don Miguel Cara de Ángel. Ambos contrayentes... —de aquí pasó los ojos a la lista de los padrinos— ... boda que fue apadrinada ante la Ley por el Excelentísimo Señor Presidente Constitucional de la República, en cuya casa-habitación tuvo lugar la ceremonia, por los señores Ministros de Estado, por los generales (西班牙留學(xué)網(wǎng)xibanya.liuxue86.com) y por los apreciables tíos de la novia, ingeniero don Juan Canales y don José Antonio del mismo apellido. El Nacional, concluía, ilustra las sociales de hoy con el retrato de la señorita Canales y augura a los contrayentes, al felicitarles, toda clase de bienandanzas en su nuevo hogar.» No supo dónde poner los ojos. «Sigue la batalla de Verdún. Un desesperado esfuerzo de las tropas alemanas se espera para esta noche...» Apartó la vista de la página de cables y releyó la noticia que calzaba el retrato de Camila. El único ser que le era querido bailaba ya en la farsa en que bailaban todos.
El Subsecretario le arrancó el periódico.
—Lo ve y no lo cree, ¿verdá, dichosote...?
Cara de Ángel sonrió.
—Pero, amigo, usted necesita mudarse; tome mi carruaje...
—Muchas gracias, general...
—Vea, allí está; dígale al cochero que lo vaya a dejar en una carrerita y que vuelva después por mí. Buenas noches y felicidades. ¡Ah, vea! Llévese el periódico para que lo estudie la señora, y felicítela de parte de un humilde servidor.
—Muy agradecido por todo, y buenas noches.
El carruaje en que iba el favorito arrancó sin ruido, como una sombra tirada por dos caballos de humo. El canto de los grillos techaba la soledad del campo desnudo, oloroso a reseda, la soledad tibia de los maizales primerizos, los pastos mojados de sereno y las cercas de los huertos tupidas de jazmines.
—... Sí; si se sigue burlando de mí lo ahorc... —có su pensamiento, escondiendo la cara en el respaldo del vehículo, temeroso de que el cochero adivinara lo que veían sus ojos: una masa de carne helada con la banda presidencial en el pecho, yerta la cara chata, las manos envueltas en los puños postizos, sólo la punta de los dedos visibles, y los zapatos de charol ensangrentados.
Su ánimo belicoso se acomodaba mal a los saltos del carruaje. Habría querido estar inmóvil, en esa primera inmovilidad del homicida que se sienta en la cárcel a reconstruir su crimen, inmovilidad aparente, externa, necesaria compensación a la tempestad de sus ideas. Le hormigueaba la sangre. Sacó la cara a la noche fresca, mientras se limpiaba el vómito del amo con el pañuelo húmedo de sudor y llanto. ¡Ah! —maldecía y lloraba de la rabia—, ¡si pudiera limpiarme la carcajada que me vomitó en el alma!
Un carruaje ocupado por un oficial los pasó rozando. El cielo parpadeaba sobre su eterna partida de ajedrez. Los caballos huracanados corrían hacia la ciudad envueltos en nubes de polvo. ¡Jaque a la Reina!, se dijo Cara de Ángel, viendo desaparecer la exhalación en que iba aquel oficial en busca de una de las concubinas del Señor Presidente. Parecía un mensajero de los dioses.
En la estación central se revolcaba el ruido de las mercaderías descargadas a golpes, entre los estornudos de las locomotoras calientes. Llenaba la calle la presencia de un negro asomado a la baranda verde de una casa de altillo, el paso inseguro de los borrachos y una música de carreta que iba tirando un hombre con la cara amarrada, como una pieza de artillería después de una derrota.
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西班牙語(yǔ)沒(méi)有英語(yǔ)這么復(fù)雜的發(fā)音規(guī)則。他幾乎每一個(gè)字母都只有一個(gè)特定的音,我舉個(gè)例子,a這個(gè)字母無(wú)論何時(shí)都發(fā)“阿”這個(gè)音,e發(fā)“唉”(口型小點(diǎn),跟英語(yǔ)里的e差不多)。西班牙語(yǔ)只有一個(gè)音是比較難發(fā)的,那就是r這個(gè)字母,他發(fā)的是大舌顫音,其實(shí),西班牙語(yǔ)最難得不是他的發(fā)音,而是他的語(yǔ)法和動(dòng)詞變位。你一學(xué)就知道了,背的東西太多。還有,他的語(yǔ)速不是一般的快,你要做好心理準(zhǔn)備,和英語(yǔ)不是一個(gè)數(shù)量級(jí)的!!我建議你最好提前買(mǎi)一本西班牙語(yǔ)看看,因?yàn)樗扔⒄Z(yǔ)難學(xué)的多的多 。
1. 西班牙語(yǔ)屬于拉丁語(yǔ)系,比英語(yǔ)要科學(xué),是不要音標(biāo)的拼音文字,掌握發(fā)音規(guī)則后就能夠”見(jiàn)詞發(fā)音”。短短的入門(mén),學(xué)的好,就可以地道流利地讀出所有的西班牙文章,這是第一關(guān)!西班牙諺語(yǔ)中把最難做的事情比做”學(xué)漢語(yǔ)”,可見(jiàn)有中文水平的人學(xué)西班牙不是成了最容易的事了?
2. 西班牙語(yǔ)的小舌音,卷舌連續(xù)抖動(dòng)的r、rr是中國(guó)人的難點(diǎn),竅門(mén)有三。一、發(fā)音前多加上“德拉”;二、利用漱口的時(shí)候,多延時(shí)5分鐘——“嘟魯魯”;三、堅(jiān)持2-4周利用上下班和無(wú)人的時(shí)候,練習(xí)卷舌,以上三點(diǎn)定會(huì)讓你有“西班牙”味!還有些音是要聲帶鎮(zhèn)動(dòng)的,要注意!
3. 掌握西班牙語(yǔ)動(dòng)詞的變位也是個(gè)要死記硬背,熟能生巧的活!他的變化是為了口語(yǔ)交流中大量的省略主語(yǔ),口語(yǔ)的方便帶來(lái)的動(dòng)詞變位頭痛是每一個(gè)有志學(xué)好西班牙語(yǔ)的人要克服的難關(guān)。有人說(shuō):“流利地讀,熟練變位”掌握好了,西班牙語(yǔ)就學(xué)會(huì)了一半啊!初學(xué)者就沒(méi)有白學(xué)!你也知道了重點(diǎn)在哪里了,可以集中精力去攻哪一塊了。
4. 有點(diǎn)英語(yǔ)基礎(chǔ)的人,會(huì)發(fā)現(xiàn)西班牙語(yǔ)單詞在多數(shù)主要單詞詞干上非常接近,這樣大家學(xué)習(xí)起來(lái)又省了些勁!
5. 學(xué)習(xí)任何外國(guó)語(yǔ),要以模仿開(kāi)口為優(yōu)先,背會(huì)一句就應(yīng)用一句,這樣就算掌握了。不要,先糾語(yǔ)法一堆,就是不敢開(kāi)口!講錯(cuò)了,因?yàn)槟闶峭鈬?guó)人,別人的背景比你大,所以人家仍然能聽(tīng)懂你,就象外國(guó)人講漢語(yǔ),即使很不準(zhǔn),你也能聽(tīng)懂,搞明白,會(huì)原諒他的不標(biāo)準(zhǔn)的。膽子大是第一啊,有人說(shuō)過(guò),你學(xué)外語(yǔ)多數(shù)都不是為了當(dāng)電臺(tái)標(biāo)準(zhǔn)播音員吧,何況,即使母語(yǔ)能挑上當(dāng)播音員的又有幾個(gè)?降低標(biāo)準(zhǔn),抓住重點(diǎn),能繞開(kāi)你學(xué)語(yǔ)言的誤區(qū)!
2012年02月22日 《學(xué)西班牙語(yǔ):西班牙語(yǔ)閱讀《總統(tǒng)先生》西班牙語(yǔ)(32)》來(lái)源于西班牙留學(xué)https://xibanya.liuxue86.com